Comenzamos a vivir como seres individuales, a partir del momento de la concepción de una célula materna fecundada por un espermatozoide paterno.
Nuestra vida humana empieza a evolucionar dentro de la madre, gracias a una luz de amor que va entrando, creando y transformando cada célula o partícula de cuerpo, mente y conciencia, hasta estar listos para nacer como seres pensantes y reflexivos, capaces de desarrollar un intelecto sano.
Nacemos libres de prejuicios y con los potenciales necesarios para vivir una vida humana plena, entre los que resaltan una gran curiosidad de lo que vamos conociendo y la capacidad para aprender a pensar, razonar, imaginar y crear, como sólo los seres humanos con intelecto sano podemos hacerlo.
En la medida en que nuestro cuerpo se va desarrollando nos vamos integrando en sociedad, gracias al lenguaje que aprendemos, el que nos permite comunicarnos y funcionar con los seres del entorno.
Lamentablemente, la concepción educativa de la sociedad presente está orientada casi exclusivamente hacia la funcionalidad de las personas dentro de la sociedad, mediante la fuerza y la autoridad externa, olvidando que las sociedades sólo pueden funcionar bien con individuos auténticos, libres y responsables.
Si queremos vivir en sociedades prósperas y abundantes para todos, no solo para unos pocos, es necesario reestructurar la educación desde la cuna, de tal manera que se busque un equilibrio entre el desarrollo del intelecto y el desarrollo de la conciencia; porque el intelecto es indispensable para funcionar, pero la conciencia lo es para poder vivir de manera auténtica, funcionando bien en sociedad.
(Juan Adrián Karca - concienciaahora.com)
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